viernes, 28 de noviembre de 2014

Fin de los Tiempos: (Khaine: Relato I) La revelación de Lileath



Saludos a todos!

Volvemos a algo que me habéis pedido varios, ¡los relatos del Fin de los Tiempos! Como tengo en mis manos fresquito el libro de Khaine, voy a traducir todos y cada uno de los relatos del libro. Comenzamos por el primero, nada más comenzar. Es más un prólogo y continúa aquel que leímos sobre la entrada de Alarielle en el Roble Eterno.

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En lo más profundo del Roble Eterno, Ariel despertó de un sueño agitado. Estaba cansada, demasiado incluso para moverse del lecho de hojas y zarzas. El veneno que corría por sus venas la estaba matando, estaba segura, y nada de lo que había intentado había ralentizado su avance.
    Espíritus brillantes, no más grande que motas de polvo, bailaban entre las raíces que formaban los muros de la cámara, con su luz titilando mientras reñían y peleaban. Poco a poco, los ojos de Ariel se acostumbraron a la penumbra y por fin vio a una figura que estaba sentada, en silencio, en un salidizo de barro.    -Hace mucho tiempo desde la última vez que entraste a mi hogar —dijo Ariel, con una voz tan seca y marchita como su piel.
    -Se acerca una terrible tormenta —respondió Lileath. Se adelantó y los espíritus se dispersaron a su paso—. Quería verte antes de que comenzara.
    -¿Los Dioses Oscuros?
    -Sí —confirmó Lileath—. En su ignorancia, uno de los tuyos les ayuda.
    Ariel suspiró.
    -El ciclo empieza de nuevo. ¿Lucharás contra ellos?
    -Lo haré, como lo harán los otros que quedan. Tus hijos ya actúan como si fueran nosotros mismos.
    -¿Para bien o para mal?
    -Para bien o para mal —asintió Lileath.
    -No viviré para verlo. Mi fuerza se desvanece a cada hora que pasa.
    -Lo siento.
    Ariel apenas escuchó esas palabras.
    -Recuerdo cuando era joven y estaba perdida en la oscuridad con la única compañía de Ereth Kial. Incluso en sus mejores días, la Reina Pálida era mala compañía para una niña, y me asustaba tanto como la oscuridad que nos rodeaba. Entonces llegó Asuryan, con Talyn, Señor de las Águilas, en su hombro, y trajo el fuego que desterró la oscuridad y todos mis temores.
    -Nunca me habías contado esa historia.
    -Todo lo que me quedan son mis recuerdos más antiguos —dijo Ariel tristemente—. El resto se ha fundido como si fuera nieve.
    Hizo una pausa, pensativa.
    -Pocas cosas pueden haberme debilitado tanto. Sólo...
    -Sólo un fragmento de hielo, formado en la oscuridad previa a la luz de Asuryan, enterrado tan hondo en este propio árbol que nadie lo encontraría jamás.
    Lileath había hablado tan convencida que Ariel sintió un escalofrío.
    -Niña, ¿qué has hecho?
    -Sólo lo que tenía que hacer. Nunca habrías estado de acuerdo con lo que tengo que hacer ahora.
    -Me has asesinado —la ira creció en el corazón de Ariel, pero estaba tan débil que no podía hacer nada—. ¿Tan poco me quieres?
    -Te quiero como querría a una hija, aunque tú eres mayor que yo. Todo lo que hago lo hago por tus hijos, para darles una posibilidad de sobrevivir en la oscuridad que se avecina.
    -Ojalá pudiera creerlo.
    -Pues cree esto —vagamente, Ariel sintió una mano cálida que le tocaba sus dedos esqueléticos—. Siga lo que siga, lucharé junto a los mortales hasta el final. Lo prometo.
    Ariel cerró los ojos. No tenía respuesta, pues su corazón no podía creerla.
    Durmió un tiempo, aunque no lo pretendía. Cuando por fin abrió los ojos, Lileath se había ido, y también la oscuridad. Una pequeña llama blanca danzaba en un cuenco a poca distancia, y la luz le relajaba. Ariel miró el fuego durante unos instante, reconfortándose en el regalo de Lileath.   
    Entonces oyó cómo las raíces del Roble Eterno crujían y se movían. El eco de una voz llegó desde las alturas.
    -Por favor, salva a nuestra madre.
    Ariel escuchó pasos en la escalera de raíces y se dio cuenta de que aún no era el final. Todavía no. Había una posibilidad. 

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