jueves, 4 de septiembre de 2014

Fin de los Tiempos: (Relato V) La última noche de Heldenhame


Buenas noches a todos! Después de dos días de descanso, os traigo aquí un nuevo relato, esta vez, de nuevo, con el Imperio como protagonista. Se sitúa después de la batalla de Heldenhame, una fortaleza que los no muertos atacan para conseguir una nueva reliquia de Nagash. Que disfrutéis!

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Hans Leitdorf golpeó su puño enguatado contra el parapeto. Había sido engañado, y Heldenhame, honrada fortaleza de su orden durante siglos, había pagado el precio.
    -¿Cuántos supervivientes? —preguntó Leitdorf. Desde donde estaba en la torre norte todo lo que podía ver era los cuerpos de los muertos.
    -Hemos sacado otros tres de debajo de las ruinas de la entrada —contestó el preceptor a su lado—. Uno perderá la mano a no ser que los cirujanos sean rápidos, pero todos volverán a luchar.
    -Eso hace… ¿qué, cuarenta?
    -Cuarenta y dos, mi señor —le corrigió el preceptor.
    Leitdorf maldijo y volvió a golpear el muro. Cuarenta y dos supervivientes de una guarnición de cuatrocientos y eso sin contar los miles que habían muerto en los muros de la ciudad. Pero aún, la cámara del castillo había sido profanada, y uno de sus tesoros más antiguos, robado. El honor de la orden estaba por los suelos; su honor estaba por los suelos.
    Al menos la identidad del atacante estaba clara, de hecho, difícilmente podría haber estado más clara. La jaula se había roto. Esas habían sido las palabras que Leitdorf había encontrado trazadas en sangre en el muro interior. Y eso apenas tres meses después de que el Patriarca Supremo se hubiera proclamado a sí mismo “el hombre que ha enjaulado Sylvania”.
    Leitdorf había discutido mucho sobre que la solución de Gelt era, como mucho, temporal, pero la lengua dorada del Patriarca Supremo había demostrado ser más persuasiva que los años de experiencia del caballero en la frontera de Sylvania.
    -Tengo en mente viajar a Altdorf y retorcerle su esquelético cuello a Balthasar Gelt —gruñó Leitdorf.
    No habría cumplido la amenaza, claro. Aún furioso, Leitdorf sabía que los magos no eran el enemigo real. La venganza la encontraría en los oscuros caminos de Sylvania. De hecho, ningún hombre cuerdo iría por esos derroteros voluntariamente. Después de su último viaje a la tierra embrujada, Leitdorf había jurado que nunca volvería. Pero mientras volvía a mirar los cuerpos ensangrentados que jalonaban el patio interior, el gran maestre se preguntó si quizá tenía un ápice de la locura de su hermano, pues ahora estaba planteándose precisamente eso, volver.
    -Difunde el mensaje —ordenó Leitdorf—. Cabalgaremos al sur con la primera luz. Los magos han tenido su oportunidad. Nos instalaremos…
    Sus últimas palabras se perdieron en una clara fanfarria de cuernos que sonaron en la distancia. Leitdorf conocía ese sonido. Al mirar al oeste, vio que los árboles que tan recientemente habían estado rodeado de no muertos estaban ahora rodeados de hombres bestia que saltaban unos por encima de los otros en su afán de llegar al muro roto de Heldenhame.
    Habían sido atraídos al sur por el sonido de la batalla, imaginó Leitdorf, dispuestos a llevar más horror a Heldenham. No hoy, juró, su furia creciendo para enfrentarse a la nueva amenaza. La venganza esperaría. Al menos por ahora.

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